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lunes, 23 de julio de 2007

LA MEMORIA DE LOS SUEÑOS




La memoria de los sueños
Ramón Barea
Conferencia con motivo del 25 Aniversario de la Asociación Vasca de Patrimonio Industrial y Obra Pública.

LA CIUDAD DE LA INFANCIA
Quiero comenzar haciendo una declaración de principios. Es cierto que hoy en día, con el llamado “fin de las ideologías” no está bien visto sostener premisas demasiado inamovibles, pero me voy a arriesgar, ahí va: “Yo soy de Bilbao, del mismo-mismo Bilbao”.
Mi primer rasgo de chovinismo local se dio antes de cumplir los diez años, y por una cuestión cinematográfica. Se rodaba en Bilbao a finales de los 50 una película: RAPSODIA DE SANGRE, con Vicente Parra. Los niños del casco viejo bilbaino íbamos a ver éste gran acontecimiento a las Calzadas de Mallona, por donde el actor, con gabardina, subía las escaleras después de bajarse de un coche negro hasta que daban la voz de ”!Corten”. La cosa se repitió varias veces, hasta que el equipo de cine dio por terminado el rodaje. Me moría de ganas por ver esa película, por que salía un Bilbao de cerca de mi casa, salía el paisaje de mi infancia, y además lo había visto rodar.
La película se estrenó, con un problema: era para mayores, pero conseguí colarme con un familiar, conseguí sentarme en la butaca de alguno de los grandes cines hoy desaparecidos y ver por fin la película. Enorme decepción. La película era un timo, el cine era un timo. Vicente Parra salía del coche subía las escaleras de Mallona y aparecía en una plaza...¿En qué plaza?. Aquello era mentira!. En Mallona no hay plaza. Aquello no era Bilbao, estaban engañando vilmente a todos los espectadores,  y resulta que Vicente Parra, que hacía de pianista, se paseaba en coche por la orilla de la ría de Bilbao como si fuera Budapest, pero se notaba un montón que era Bilbao. Todos nos dimos cuenta. Salí desengañado del cine, y ofendido por que me habían cambiado el paisaje, el paisaje de mi infancia. Ya solo creía en las películas del Oeste, que ésas que estaban rodadas en el Oeste verdadero y no engañaban a los niños.



Dice Borges que somos nuestra memoria. Seguramente somos sólo memoria del corazón, que elige lo que quiere recordar.
La memoria de un niño, del mismo-mismo Bilbao, tiene imágenes y olores nítidos: el olor a incienso en ayunas simpre me producía mareo, pero  no era lo mismo el olor a humo de la estación de Ascao donde se cogía el tren de la playa, ni que el de la Estación de Santander, o el de Santurce, o el de Achuri, o el de la gigantesca Estación del Norte. Mis dos olores preferidos era el de la gran estación, la del Norte,  porque olía a vacaciones en un largísimo viaje a Aragón con enormes maletas, con esperas y transbordos. Mi otro olor preferido era el de la estación de Ascao que en el viaje iba variando: olores dulces, olores ácidos,  estación por estación hasta llegar al inconfundible olor a mar. Un mundo de grúas, barcos, fábricas, humos a la orilla de la ría hacían del recorrido un extraño viaje lleno de preguntas: ¿Quién trabaja allí dentro, debajo de las chimenea?, ¿por qué flotan los barcos de hierro?¿A dónde van? ¿Qué tienen dentro  los contenedores? ¿Quién maneja las grúas?... y la ría... Las orillas de la ría en todo el recorrido.
Bilbao estaba en los sueños también. En los sueños yo cruzaba la ría nadando, o volando de orilla a orilla, o me ahogaba en las peores pesadillas. Aún recuerdo con perfecta nitidez,  colores,  sensaciones, paisajes.
 La memoria es el único paraíso del que no podemos ser expulsados.
Una vez el fraile del colegio de la Salle nos anunció “ vamos a ir de excursión a visitar una fábrica por dentro”. Por fin iba a descubrir el misterio del fuego y del humo. Todos en fila tras el hermano Macario en nerviosa formación hasta la fábrica. No tenía humo, y estaba recién pintada. Decepción. Nos habían llevado a ver la fábrica de la Coca Cola; una bebida como el jarigüay pero de color oscuro y que sabía raro. Me quedé sin saber de dónde salía el humo, de dónde salía el fuego, de qué iban vestidos los que trabajaban en las fábricas. Qué hacían?. El paisaje de aquel lugar era blanco, limpio, aséptico, los obreros parecían farmacéuticos con sus batas blancas. Ni siquiera las chapas, o los lapiceros para hacer redacciones que daban de regalo, me sirvieron de consuelo. Nunca le vi la gracia a aquella visita. No desvelaba ningún misterio. Desde entonces en el recreo del colegio el hermano Vicente vendía, junto a caramelos, botellines de Coca Cola. Marketing se llama la figura, luego lo he entendido.

LA CIUDAD DE LA JUVENTUD
Mi primer grupo de teatro profesional, a mis veintipocos años,  se llamaba COMICOS DE LA LEGUA, en su nombre había una declaración de principios: recordaba a los viejos cómicos del camino que tenían prohibida su entrada a las ciudades y tenían que acampar a más de una legua de distancia. Los cómicos, gentes de mal vivir, no tenían un sitio asignado en la ciudad, salvo para el momento de la representación. Digo que había una declaración de principios porque nos planteábamos intencionadamente, hacer  teatro en la periferia, en los alrededores de la ciudad, en los barrios; ya que el centro, declarábamos, “solo daba cobijo a las formas mas burguesas y reaccionarias del teatro comercial”. Eran los años 70, y lo teníamos todo clarísimo. Todavía no se habían dado por muertas las ideologías.
En estos años, tuve por fin la oportunidad de conocer una fábrica por dentro. La Naval de Sestao, pero no exactamente como visita cultural y de recreo. Ya no era una excursión tras el hermano Macario, era una entrada nocturna, por invitación del Comité de Huelga,  a una nave de la fábrica donde había un encierro de trabajadores y ante los que íbamos a representar VIVIR POR BILBAO, una obra de teatro que hablaba del desarrollo urbano de la ciudad desde la gran emigración del XIX , los barracones mineros de Ortuella y Gallarta, las viviendas sociales, los nuevos barrios obreros… la especulación…hasta la alcaldesa Pilar Careaga de Lequerica y sus super-puertos, super-aeropuertos, super-bilbaos. Un enorme imán que bajaba del techo, sujetó una plancha de hierro y la trasladó sobre un montón de bobinas. Ya estaba el escenario montado. Allí, en la Naval de Sestao,  tuvo lugar la más extraña y emocionante representación que yo he hecho en mi vida, y fue en el interior de una fábrica, hoy desaparecida.

También en mi vida profesional, volví a encontrarme con Bilbao como set de cine, ahí tuve la oportunidad de estar como aquel Vicente Parra bajo los enormes focos, como actor,  viendo como otros niños nos miraban asombrados a los artistas: 7 calles, el ojo de la tormenta, golfo de Vizcaya, bandera negra, adios pequeña, tu novia está loca, Lauaxeta, Mama, Todo por la pasta, acción mutante, sálvate si puedes, entre todas las mujeres, un poco de chocolate, la máquina de pintar nubes… Cuando veía las películas, aunque había trabajado en ellas, y había asistido a su rodaje, siempre me producía una especial sensación de asombro volver a encontrarme con la ciudad en la pantalla, volver a verla desde el ojo de la cámara, que describe, que narra, que escoge y que es también selectivo, como la memoria. Hay también una memoria, puramente cinematográfica, vivida solo en el celuloide, proyectada en la imaginación,  irreal,  cercana a los sueños, de cuya materia dice Shakespeare que estamos hechos los seres humanos.

LA INDUSTRIA DEL INGENIO
Con mi oficio de actor he pasado más horas en el teatro que en el cine, y de las horas pasadas en el teatro, yo diría que la mayor parte las he pasado viviendo en pabellones industriales. ¡Qué paradoja!. Los pabellones han sido, de manera natural, el espacio adecuado para ensayar, para soñar con proyectos desde los veintipocos años, y todavía vuelvo a ellos, porque la infraestructura natural de trabajo para prácticamente toda la profesión del Pais Vasco son los pabellones industriales y no los teatros. Los teatros son los escaparates efímeros donde se muestra, a veces,  el trabajo final, donde el público convive a plazo fijo con los actores;  pero el lugar de trabajo está en los pabellones, el taller de trabajo, de ensayos,  está en un pabellón, junto a una carpintería, una troquelería, o un almacén de algo. Por qué hemos acabado aquí, o por qué estamos aquí?. Veamos.
Los antiguos empresarios “de paredes”, los dueños de los teatros, de la ciudad de Bilbao, los que tenían una parcela de ciudad,  los dueños de la Trueba, de la Astoria… ofrecían espectáculos que contrataban “ a medias”: tú me das la obra y yo te doy la mitad de la taquilla, descontando la publicidad y los gastos. El público, numeroso,  hacía posible mantener una compañía durante varias semanas. En Bilbao llega a haber simultáneamente 14 teatros en activo durante la semana grande en los años 80. Catorce!.  Qué tiempos!.
Las Artes Escénicas tienen una relación curiosa con el espacio. El espacio imaginario de las escenografías en los teatros, el espacio de la calle como lugar de actuación, el espacio de exhibición, el espacio de relación con el público,  el espacio de ensayos. La ciudad tiene una forma especial de verse desde las Artes Escénicas.

La Democracia trajo consigo que el bienintencionado afán proteccionista de la administración para “promover la cultura entre la ciudadanía”, acabara haciendo de la administración un nuevo empresario teatral, pero con dinero público, ofertando cachets fijos a las compañías y decidiendo quién viene y quien no. Preocupaba fundamentalmente por los niveles de ocupación, por cuadrar las cuentas de manera favorable, al margen de los contenidos. El ecleticismo es la Ley. Los viejos empresarios teatrales sintieron que la administración les hacía competencia desleal, pero no fueron capaces de aguantar el envite. Los teatros se van cerrando ante el silencio total de la ciudadanía, el silencio de la administración, el silencio de la profesión. El silencio. La ciudad pierde sus teatros, en el mas absoluto silencio.
¿DE QUIEN ES LA CIUDAD?
Otro uso del espacio es necesario, otra gestión tiene que ser posible. Creo que hay que volver a impulsar la iniciativa privada, la iniciativa ciudadana a la hora de hacer ciudad, y en el tema de Artes Escénicas, hay que  evitar el mal llamado proteccionismo de la administración. Que deje de “promover cultura” tal y como lo viene haciendo y permita que la cultura pueda generarse, que tenga aire para respirar,  se trata solo de poner los medios para que pueda hacerlo, no de convertirse en empresario obligado al éxito numérico. Las llamadas “industrias culturales” en el caso de las Artes Escénicas, son un empeño de la marcadotecnica de poner puertas al campo, un empeño para poder rellenar las casillas del debe y del haber presupuestario.
 El teatro, la danza, son pura artesanía. Cada función es un prototipo irrepetible y efímero que nace y muere en un lugar y un momento concreto. En un hueco del espacio urbano. Un prototipo que no puede uno llevarse a casa con el precio de la entrada.
Lo que no renta no vale, parece ser la consigna. Lo no creado no existe, por tanto no necesita espacio en la ciudad, no es tangible porque no se puede comprar. Los procesos de creación son intangibles para el espectador, algo mágico, inimaginable. El espectador-consumidor y los nuevos dueños de los espacios teatrales, solo se plantean los resultados. El consumo del producto final.
El nuevo diseño de ciudad ha expulsado a los creadores, los ha expulsado del centro y de la periferia. La ciudad compra ”llave en mano”,  solo apuesta por caballos ganadores, iconos mediáticos, éxitos rápidos, exhibibles. La ciudad exhibe. La nueva tramoya arquitectónica es provocadora, efectista, exhibicionista, rentable. La ciudad quiere ser aplaudida inmediatamente. Y sabe que por galantería, o por dejadez, nadie le va a preguntar ¿de qué  vas vestida?
Por qué estuvimos y estamos habitando pabellones industriales la gente de mi profesión?. Por qué no habitamos los teatros?, por qué la ciudad no piensa en lugares de creación, de gestación, en lugares alternativos de exhibición?. Los teatros, los espacios que hay en la actualidad, no cuentan con lugares de trabajo, no tienen salas de ensayos en el propio edificio para las artes escénicas: ni el Arriaga, ni el Campos, ni el Euskalduna, tienen local de ensayos para las artes escénicas. No se piensa en ello. “Que lo traigan hecho”
A veces calculo, que con las rentas del alquiler que están pagando las compañías vascas en pabellones industriales durante años, se podía haber comprado un teatro, a estas alturas, o dos. Somos malos inversores, la gente de mi gremio, o probablemente no nos esperábamos ésto.

Para terminar LA CIUDAD SOÑADA
Sueño con una ciudad que acoja, con una ciudad que pueda ofrecer por su propia iniciativa, esos espacios que de manera natural se están ocupando en viejos recintos industriales, por la gente de las Artes Escénicas.
Que alguna de esas antiguas fábricas, talleres, almacenes, puedan ser reutilizadas por los creadores; que la necesidad de esa actividad, su nuevo destino, sea suficiente para evitar un derribo. Que los espacios creativos tengan sitio  en la nueva ciudad. Que la ciudad cuente, también, con nuevos espacios de exhibición de corte distinto que los teatros al uso, para nuevos públicos, para nuevas recreaciones del espacio escénico. Que los contenidos justifiquen a los continentes, les den sentido, y no al revés.
La nueva ciudad, de recambio, es más que olvidadiza, es cainita con ella misma. Se rechaza, no se quiere reconocer como lo que fué. Aquella ciudad es hoy una ciudad jóven, que coquetea con la innovación, que solo piensa en el hoy. Pobre ciudad, que no sabe que la juventud es una cualidad que se pierde enseguida con los años.
Celebro que haya quien se preocupe por señalar con el dedo aquéllo que es historia viva de la ciudad, aquello que no se debe destruir, aquéllo que se debe mantener. Y me gustaría defender también un trozo de ciudad, de la vieja ciudad industrial, un espacio,  para que de cobijo a los muchos creadores que la habitan furtivamente en los pocos huecos que les van dejando. Dispersos, invisibilizados, casi okupas, tan anónimos como aquéllos habitantes que en la mente de un niño habitaban las fábricas, movían las grúas y los barcos.
 Que ésta ciudad que se nos viene encima, éste retablo de las maravillas, no nos quiera hacer creer, encima,  que nos quiere; que piensa en nosotros cuando crece. Para mi que esta ciudad, como siga así,  corre peligro de no ser,  del mismo-mismo Bilbao.
Los niños de hoy verán rodar más peliculas con la asistencia de la “Bilbao Film Comisión”, y recordarán toda su vida, imagino,  el olor a Centro comercial, a palomitas, a Zara, a Mac´Donalds, visitarán una fábrica de diseño de imagen corporativa, rara vez irán al teatro y es probable que ni siquiera se pregunten: qué hay dentro?
Para acabar, a la ciudad le digo: (ya se que las ciudades no tienen oídos, no escuchan, pero la fantasía del teatro puede hacer que se hable a una ciudad, como se hablaba a los dioses en las tragedias. Así pues a la ciudad le digo:) Un espacio libre!. Déjanos, ciudad,  un espacio para poder seguir moviendo con nuestro artesanal trabajo, un trozo del mundo que nos rodea. Un espacio no rentable. Un espacio para convivir con el tanteo y el error,   para buscar soluciones imaginativas, para reflexionar, para crear, para compartir.  Déjanos alguno de los pocos rincones que te quedan. No lo destruyas todo, no lo vendas todo.